FLM: Adviento - Reviviendo a los padres de familia
December 11, 2018
Hace unas semanas, tuve el privilegio de ser parte del funeral más conmovedor al que he asistido en mucho tiempo, el funeral de un joven, David, que tuvo momentos muy difíciles durante los últimos días de vida. Sus padres mostraron una gran espiritualidad y también características únicas de su vocación como esposos dedicados el uno al otro y al cuidado de sus hijos.
Los dos, se dieron total y desinteresadamente al crecimiento espiritual y humano de su hijo, especialmente durante sus últimos días, y durante toda su breve y aventurera vida. En este ambiente hostil de nuestra sociedad materialista, el valor del amor sacrificado, desinteresado y verdadero no es evidente, pero fue obvio en esa hermosa ceremonia.
El amor de los padres por los hijos es uno de los amores más controvertidos de todos, ya que los lazos emocionales entre padres e hijos son muy fuertes y, a menudo, más complejos que los demás. No hay duda que el amor y el cuidado son vitales para nuestro bienestar físico y psicológico, y es el deseo natural de todos los padres hacer todo por el bien de sus hijos. Mucho se ha escrito sobre cómo criar niños bien adaptados y amorosos. Mucho se dice sobre el amor como el sentimiento humano más poderoso. ¡También se escribe mucho sobre la construcción de la autoestima, la confianza, el sentido de responsabilidad y el amor a un hijo!
Semanas atrás, mientras rezaba el Rosario, específicamente mientras contemplaba el quinto Misterio Gozoso, “El Hallazgo de Jesús en el Templo,” me interese particularmente en esta parte:
“… Y cuando hubieron cumplido los días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén; y José y su madre no sabían de ello. Pero ellos, suponiendo que Él estaba en su compañía, emprendieron el viaje de un día; después del cual, al extrañarlo, lo buscaron entre sus parientes y conocidos. Y cuando no lo encontraron, regresaron a Jerusalén, buscándolo y sucedió que después de tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctos, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oyeron se asombraron de su comprensión y de sus respuestas. Y cuando lo vieron, se asombraron, y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con pena”.
La razón de mi interés fue la actitud muy humana de Nuestra Señora... así como de San José. Ambos aceptaron que eran seres humanos falibles que pueden cometer errores, al principio de su viaje de regreso no se habían dado cuenta de que Jesús no estaba con ellos. El diálogo entre María (quizás José) y Jesús aparentemente fue breve. ¡María no estaba molesta, ni José gritaba! Simplemente le pidieron a Jesús, con firmeza, autoridad y respeto, una explicación. Jesús respondió claramente. Al final, Jesús fue con ellos a Nazaret y estuvo sujeto a ellos. Qué hermosa escena de educación y formación de los hijos, de un amor sacrificado, desinteresado y verdadero, sustentado por la autoridad real.
¡José y María fueron benevolentes, pero directos y eficaces en su reacción y diálogo con Jesús!
Esta historia debe considerarse como la historia de los esfuerzos prácticos de un esposo y una esposa que luchan por la formación de un joven en una relación nutritiva, inmutable y pacífica que respeta la libertad del hijo hasta el punto de no tratar un tema hasta el cansancio, pero sabiendo mantener todas estas cosas en el corazón.
En la primera mitad de este siglo, y aun hoy, los padres promedios en las bancas de las iglesias, creen que el crecimiento espiritual se limita a ciertas prácticas piadosas y devocionales. Como resultado, la respuesta religiosa educativa ha sido sobrevalorada, de tal manera que la espiritualidad solo se relaciona con la religión. La escena de María y José nos muestra que la espiritualidad es mucho más que solo religión. Así como también lo revela la bella historia de la natividad que pronto observaremos durante la temporada navideña. Ambas, evidencian que la espiritualidad es una forma de vida y está completamente alimentada e íntimamente conectada con el hermoso regalo del amor. No se aprende solamente en clases o didácticamente y bajo procesos de ninguna enseñanza intelectual.
Durante esta temporada de Adviento, deberíamos enfatizar nuestro encuentro como padres con Jesús, un ser, hecho niño, que se volvió mortal, frágil como nosotros, que compartió nuestra condición humana al convertirse en uno de nosotros. Él nos revela el inmenso amor que Dios Padre tiene por la humanidad, por sus hijos. No hay duda de que el amor y el cuidado son vitales para nuestro bienestar físico y psicológico. Y es el deseo natural de todos los padres y por lo que hacen todo por el bien de los hijos.
Para la mayoría de los seres humanos, amar a un hijo es una de las experiencias más hermosas de la vida; dar vida a alguien y ayudarlo a madurar le da un significado profundo a nuestra vida; eso lo evidencie durante el funeral, al igual que el sacrificio de esos padres, ese amor obvio y desinteresado a pasar de los cambios y de los retos.
El amor de los padres no tiene límites, incluso si el hijo rechaza y abusa de los padres. El amor desinteresado es una forma de sacrificio. El amor desinteresado es muy poderoso y aviva el espíritu. El amor lleno de egoísmo y lleno de orgullo propio es destructivo, trae confusión y ansiedad, estropea la paz y las relaciones felices que deben reinar en la familia.
María y José no reaccionaron a la ansiedad del momento, estaban abiertos a esperar lo que el futuro traería; Desde un principio, María estaba expectante de lo que venía. Su corazón siempre estuvo atento al amor, con comprensión, desinterés y actitud compasiva; siempre conectada con Dios para actuar de la mejor manera, como una Madre ejemplar en el sacrificio y la entrega.
Las madres usualmente realizan el más alto ejemplo de amor generoso y desprendido. El amor apasionado por los hijos causado por la desesperante amenaza de una enfermedad. Las madres demuestran un estado interior extraordinario, una fuerza increíble que solo la da ese amor suficiente, fuerte y valiente de madre compasiva y generosa. La confianza de lo que su amor puede lograr. Ese amor es la respuesta real a su vocación al amor desinteresado.
De alguna manera, conecto esto con un pasaje de Cristo que pasa, que dice: “... cuando comenzamos a contar los días que nos separan del nacimiento del Salvador. Hemos considerado la realidad de nuestra vocación cristiana: cómo nuestro Señor nos ha confiado la misión de atraer a otras almas a la santidad, animándolos a acercarse a él, a sentirse unidos a la Iglesia, a extender el reino de Dios a todos los corazones. . Jesús quiere vernos dedicados, fieles, receptivos. Él quiere que lo amemos. Es su deseo que seamos santos, muy suyos”.
Dios quiere que los padres muestren su espiritualidad de manera holística, abrazando nuestra débil realidad humana, pero por otro lado, haciendo un esfuerzo continuo y no egoísta para cultivar en el amor, el compromiso, la compasión, la misericordia, la humildad, el sacrificio, la alegría, etc. Valores y virtudes que moldean los estándares de nuestras acciones y las actitudes de nuestros corazones y mentes.
Los padres acompañaron a David en su último Calvario, en su sufrimiento, ofrecieron su muerte expiatoria y todo lo que representaba en si esa muerte, para edificar y para aumentar su propia santidad.
¡Ese amor sumiso y humilde ante la voluntad Divina, es el ejemplo más poderoso de una espiritualidad holística viva y real!
Esto sólo es posible cuando recorres el camino del matrimonio y la vida familiar sabiendo que esta vida es un advenimiento constante. Cuando colocamos a Cristo en el centro de nuestras vidas para estar preparados para el cielo, podemos redimir con cada acción.
Este tiempo de Adviento es un tiempo para la esperanza. Estos grandes horizontes de nuestra vocación cristiana como esposos y padres requieren unidad de vida, construida sobre la presencia de Dios nuestro Padre en una realidad diaria.
Que nuestro amor desinteresado nos lleve a ser y hacer que otros en nuestra familia se den cuenta de que nuestro destino es vivir para siempre en el abrazo amoroso de Dios. Y este abrazo debe ser manifestado por el amor generoso y compasivo de los padres hacia los hijos y entre ellos.
Maritza-Roman Pavajeau es directora asociada en la Oficina de Ministro de Familias.