A Shepherd's Message - June 13, 2023

June 13, 2023

In the past few months, we have celebrated the major mysteries of the Lord’s Life, Death and Resurrection, His Ascension and Pentecost, and completed the 175th Anniversary of our local Church.

This has been done amid a very worrisome national and international scene of disruption and fragmentation, disharmony and grief, and war and social discord. Our celebrations are those of joy and trust in the Lord and confidence in the human person. Our own diocesan history shows the remarkable guidance of the Lord Jesus during great challenges and sorrows; it is this guidance that has brought us such resilience and a positive outlook even amidst our present worries.

During Holy Saturday Night and the Easter Season, almost 2,000 people were baptized, entered full communion with the Church, confirmed and made their first Eucharist. Further, almost 1,600 adults were confirmed either at Pentecost or Epiphany this year. There have been thousands of our children who received First Communion, and thousands of our youth confirmed. Numbers do not tell us everything about our local Church, but the quantity and quality of all those who have accompanied our neophytes, newly confirmed and “Eucharistized” people, do tell us a great deal.

The families, sponsors, Godparents, religious educators, Catholic school teachers, catechists, deacons, and priests form an ordered and intricate web of personal relationships, friends, and mentors, which help spell out and manifest us as Catholics.

This phenomenon was also revealed in our recent consultations for the Synod in Rome to be convened this October. We, indeed, are a blessed and fortunate Catholic population gathered from every nation on Earth. Our Catholic unity in our rich diversity of cultures and languages is a hallmark and important sign in a world of so much disunity. That disunity needs a calm dose of our Catholic realism.

Even in our beautiful city, there are serious issues that need our prayers and action. Human trafficking, greater incidents of violence, ongoing concerns about poverty, and the growing number of homeless are difficult, but not intractable, challenges. As Catholics, we need to be among the citizens who can contribute to solutions to these problems. My hope is that we bring our long-standing Catholic social teaching on the human person and our calm and reasonable frame of mind forged in the beauty of our prayer and liturgical tradition to address these concerns. I am genuinely concerned about how angular and extremely sharp our debates over matters on which people disagree are framed, on outbursts of emotion and uncharity that flare up all too frequently. We can be different from that scene because we are refreshed constantly by prayer and our sacramental life, which nourishes love.

We are in a year of Eucharistic Revival, a time of careful thinking and consideration about our love of the Eucharist, the summit and center of worship, and the backbone of our mutual charity. Let us remember our heritage, our history, our recent joys of adding new members, and our well-founded hope: Christ! 

 


En los últimos meses, hemos celebrado los misterios mayores de la Vida, Muerte y Resurrección del Señor, Su Ascensión y Pentecostés, y concluimos el 175 Aniversario de nuestra Iglesia local. Esto se ha hecho en medio de un escenario nacional e internacional muy preocupante de perturbación y fragmentación, discordia y aflicción, y guerra y discordia social. Nuestras celebraciones son aquellas de gozo y confianza en el Señor y confianza en el ser humano. Nuestra propia historia diocesana muestra la notable guía de nuestro Señor Jesucristo durante grandes desafíos y penas; es esta guía que nos ha traído tanta resiliencia y una perspectiva positiva incluso en medio de nuestras preocupaciones actuales.

Durante la Noche del Sábado Santo y el Tiempo Pascual, casi 2,000 personas fueron bautizadas, entraron en plena comunión con la Iglesia, se confirmaron y realizaron su primera Eucaristía. Además, casi 1,600 adultos fueron confirmados en Pentecostés o Epifanía este año. Han habido miles de nuestros niños que recibieron la Primera Comunión, y miles de nuestros jóvenes fueron confirmados. Los números no nos dicen todo sobre nuestra Iglesia local, pero la cantidad y la calidad de todos quienes han acompañado a nuestros neófitos, a los recién confirmados y “Eucaristizados”, sí nos dicen mucho.

Las familias, Padrinos, educadores religiosos, maestros de escuela Católica, catequistas, diáconos y sacerdotes forman una red ordenada y compleja de relaciones personales, amigos y mentores que ayudan a describirnos y manifestarnos como Católicos. 

Este fenómeno también se revelo en nuestras consultas recientes para el Sínodo de Roma que se convocará este octubre. Nosotros, de hecho, somos una población Católica bendecida y afortunada, reunida de todas las naciones de la Tierra. Nuestra unidad Católica en nuestra rica diversidad de culturas e idiomas es un sello distintivo y una importante señal en un mundo de tanta desunión. Esa desunión necesita una dosis tranquila de nuestro realismo Católico.  

Incluso en nuestra hermosa ciudad, existen serios problemas que requieren de nuestras oraciones y acción. La trata de personas, el incremento en incidentes de violencia, las preocupaciones constantes sobre la pobreza y el creciente número de personas sin hogar son desafíos difíciles, pero no intratables. Como Católicos, debemos ser parte de los ciudadanos que contribuyan soluciones a estos problemas.  Mi esperanza es que llevemos nuestra enseñanza Católica social duradera sobre la persona humana y nuestro estado de ánimo calmado y razonable forjado en la belleza de nuestra oración y tradición litúrgica para abordar estas preocupaciones. Estoy genuinamente preocupado por la forma tan angular y extremadamente intensa en que se incriminan nuestros debates sobre cuestiones en las que las personas no están de acuerdo, por los arrebatos de emociones y la falta de caridad que surge con demasiada frecuencia. Podemos ser diferentes de esa escena porque nos refrescamos constantemente por la oración y nuestra vida sacramental, que alimenta el amor.

Estamos en un año de Renacimiento Eucarístico, un tiempo de cuidadosa reflexión y consideración acerca de/sobre nuestro amor por la Eucaristía, la cumbre y el centro del culto, y el pilar de nuestra caridad mutua. Recordemos nuestra herencia, nuestra historia, nuestras alegrías recientes de sumar nuevos miembros y nuestra esperanza bien fundada: ¡Cristo!