Cardinal DiNardo's Easter Message

April 12, 2020

Holy Week and Easter this year occur in a time of great anxiety, peril, even fear. An insidious and silent pandemic has infiltrated the world — our world — and has turned everything upside down.

We are quarantined for weeks at home, our cycle of everydayness has been upended, schools closed, our jobs suspended. We seem to be living in a bad horror movie. But the sickness and death of the coronavirus marching through our country are all too real.

Faith is very present in this environment but cannot be exercised in its accustomed ways through our Church buildings, our celebrations of Lenten services, even our normal fasting and prayer.

There is a palpable sense of unease and of obscurity attached to our faith as we live it in anxiety. Further, for those who are ill or families who have lost a loved one to the pandemic, there is sorrow upon sorrow.

We give all our loves, our lives, our very selves to God. In Christ Jesus His Son, He gives us in return His great gift. Holy Week and Easter are the true reminders of what Jesus Christ has done and has won for us. The current pandemic is the best time to share in Holy Week; to experience Christ’s suffering and death as the very way God would enter and accompany our sufferings and anxiety.

Looking to Christ’s sufferings on the cross saves us from being paralyzed and immobilized in our own sufferings. We discover that Christ already knows what we are enduring, for He was like us in all things but sin. He is constantly interceding and pleading for us with the Father, and His voice is effective, real and comforting. Christ crucified is our hope.

Hope does not disappoint, for the cross already leads to Easter. To the first disciples and apostles, to the women at the tomb, and the apostles in the upper room, the resurrection is a shock.

It is a surprise of joy, greeted with disbelief. The first sign of Easter is an empty tomb, met with a mood of bewilderment. The appearances of the risen Jesus are astonishment and joy. The Risen Christ always greets the ones who see Him with “Peace be with you” and “Do not be afraid.” The same apostles and disciples who were shaken with grief are now shaken with joy, “paschal” joy. Jesus simply “IS.” He is never again in the past tense but is always present.

That is true now in our own “present,” filled as it is with anxiety and worry. Jesus Christ is risen. He is alive. He lives to intercede for us, to accompany us in every situation, to be our Brother and to be our Lord.

A Blessed Easter! 

 


Por Daniel Cardenal DiNardo, Arzobispo de Galveston-Houston

La Semana Santa y la Pascua este año ocurren en un momento de gran ansiedad, peligro e incluso miedo. Una pandemia insidiosa y silenciosa se ha infiltrado en el mundo, nuestro mundo, y ha puesto todo al revés.

Estamos en cuarentena durante semanas en casa, nuestro ciclo de cotidianidad ha sido cambiado, las escuelas cerradas, nuestros trabajos suspendidos. Parece que estamos viviendo una mala película de terror. Pero la enfermedad y la muerte del coronavirus que marchan por nuestro país son demasiado reales.

La fe está muy presente en este entorno, pero no se puede ejercer de la manera acostumbrada en los edificios de nuestras Iglesias, no podemos celebraciones los servicios de Cuaresma, ni incluso nuestro ayuno y oración normales.

Hay una sensación palpable de inquietud y oscuridad unida a nuestra fe mientras vivimos en ansiedad. Además, para aquellos que están enfermos o las familias que han perdido a un ser querido a causa de la pandemia, hay dolor tras dolor.

Damos todos nuestros amores, nuestras vidas, nosotros mismos a Dios. A través de Cristo Jesús, su Hijo, Él nos da a cambio su gran regalo. La Semana Santa y la Pascua son los verdaderos recordatorios de lo que Jesucristo hizo y ganó por nosotros. La pandemia actual es el mejor momento para vivir la Semana Santa y experimentar el sufrimiento y la muerte de Cristo como la forma en que Dios entra y acompaña nuestros sufrimientos y ansiedad.

Mirar los sufrimientos de Cristo en la cruz nos salva de quedar paralizados e inmovilizados con nuestros propios sufrimientos. Descubrimos que Cristo ya sabe lo que estamos soportando, porque Él fue como nosotros en todo menos en el pecado. Él está constantemente intercediendo y suplicando por nosotros ante el Padre, y su voz es efectiva, real y reconfortante. Cristo crucificado es nuestra esperanza.

La esperanza no decepciona, porque la cruz ya conduce a la Pascua. Para los primeros discípulos y apóstoles, para las mujeres en la tumba y para los apóstoles en el cenáculo, la resurrección fue impactante.

Es una sorpresa de alegría, recibida con incredulidad. El primer signo de Pascua es una tumba vacía, que se encontró con un estado de desconcierto. Las apariciones de Jesús resucitado son asombro y alegría. Cristo resucitado siempre saluda a los que lo ven con "La Paz sea con Ustedes" y "No Tengan Miedo". Los mismos apóstoles y discípulos que fueron sacudidos por el dolor ahora son sacudidos por la alegría, la alegría "pascual". Jesús simplemente "ES". Nunca más está en tiempo pasado sino siempre en presente.

Eso es cierto ahora en nuestro propio "presente", lleno de ansiedad y preocupación. Jesucristo ha resucitado. Él está vivo. Vive para interceder por nosotros, para acompañarnos en cada situación, para ser nuestro hermano y ser nuestro Señor.

Felices Pascuas!