A Shepherd's Message - May 26, 2020

May 26, 2020

ESPAÑOL

Two strong images of Pentecost, the day the Holy Spirit came down upon the Apostles and filled them with power and joy to evangelize, are wind and fire.

Those gathered in the Upper Room, as recorded by St. Luke in Chapter Two of the Acts of the Apostles, heard the sound of a mighty rushing wind, which shook the place where they were gathered. Then, above the head of each of the Apostles appeared “tongues as of fire,” which gave them the ability to speak and be heard in every language of the people who gathered at the time to find out what was happening. Wind and fire are magnificent images and signs to record the “sudden” new appearance of the Holy Spirit in the world.

The Spirit of the Father and of the Son begins and urges on the Church, cleans and purifies hearts and minds in conversion, and illuminates the thoughts and speech of Peter and the others to communicate the Kingdom of Jesus Christ, His life and saving death, and above all, to announce with boldness His resurrection.

Pope Emeritus Benedict XVI once called Pentecost Sunday, “the First Clean Air Act,” in the world’s history as it purified the polluted air of sin and gave rebirth to a graced environment of breathing anew God’s Kingdom. The tongues of fire are also a sign of newness, of our new hearts that understand the words of Jesus more readily because the Paraclete always reminds us of them.

There is another “element” in the observance of Pentecost, one less prominent but still beautiful, that gives us a deeper understanding of the Holy Spirit’s work. At Pentecost, the Spirit is “poured out” by the Father and His Son, the Christ. In terms of the Book of Revelation, the “river flows from the throne of God and the Lamb.”

There is a new beginning. The Holy Spirit will show Himself as the Spirit of Jesus, as the power that raised Jesus from the dead. This language of the New Testament is spoken to assure us of the Spirit’s equal role with the Father and the Son. The Father poured Himself out in Creation, the Son poured Himself out, even unto death, for human beings and their salvation. The Holy Spirit pours Himself out for our sanctification, holiness and joy!

During the time of the COVID-19 pandemic, when anxiety and negativity may fill up much of our conscious life and the world itself may seem threatening, it is an assurance of faith and a source of consolation that the Holy Spirit of Jesus never ceases to pour out His life-giving power upon the Church and upon every believer.

God is not stingy in the grace of being close and carrying us on His shoulders. We must acclaim in joy that the Holy Spirit, the Comforter, is being poured out like a river to sustain, nurture and saturate us every day even when we are unaware or doubtful of the assurance.

The beautiful Pentecost Sequence, a Latin poem of great insight, sings: “Bend the stubborn heart and will, melt the frozen, warm the chill, guide the steps that go astray.”

Let us imitate the poor and humble hearts of the Blessed Virgin Mary and the Twelve as they awaited, in a 10-day Novena in the Upper Room, the coming of the Holy Spirit. The Risen Christ had spoken to them about being clothed with power from on high. Their longing expectation was fulfilled in a way far beyond any human desire. Even today, we are grateful and live in this new beginning, PENTECOST.

There is wind, fire and a river of life overflowing in grace. Welcome the Holy Spirit. 

 


Por el Cardenal Daniel DiNardo
Arzobispo de Galveston-Houston

Viento y Fuego son dos imágenes fuertes de Pentecostés, el día en que el Espíritu Santo cayó sobre los Apóstoles y los llenó de poder y alegría para evangelizar.

Aquellos reunidos en el cenáculo, según lo registrado por San Lucas en el Capítulo Dos de los Hechos de los Apóstoles, escucharon el sonido de un poderoso viento que sacudió el lugar donde estaban reunidos. Luego, sobre la cabeza de cada uno de los Apóstoles aparecieron "lenguas de fuego", lo que les dio la capacidad de hablar y ser escuchados en todos los idiomas de las personas que se reunieron en ese momento para descubrir lo que estaba sucediendo. El viento y el fuego son imágenes y signos magníficos para registrar la nueva aparición "repentina" del Espíritu Santo en el mundo.

El Espíritu del Padre y del Hijo comienza e insta a la Iglesia, limpia y purifica los corazones y las mentes en la conversión, e ilumina los pensamientos y el discurso de Pedro y los demás para comunicar el Reino de Jesucristo, Su vida y muerte salvadora; y, sobre todo, anuncia con fuerza Su resurrección.

El Papa Emérito Benedicto XVI una vez llamó el Domingo de Pentecostés, "El Primer Acto de Aire Limpio", en la historia del mundo, ya que purificó el aire contaminado del pecado e hizo renacer un ambiente en el que se respiraba de nuevo el Reino de Dios.  Las lenguas de fuego también son un signo de novedad, de nuestros nuevos corazones que entienden las palabras de Jesús más fácilmente porque el Paráclito siempre nos las recuerda.

Hay otro "elemento" en la observancia de Pentecostés, uno menos prominente pero siempre hermoso, que nos da una comprensión más profunda de la obra del Espíritu Santo. En Pentecostés, El Padre y el Hijo, el Cristo, "derraman" el Espíritu. En términos del Libro de Apocalipsis, el "río fluye del trono de Dios y el Cordero".

Hay un nuevo comienzo. El Espíritu Santo se mostrará como el Espíritu de Jesús, como el poder que levantó a Jesús de la muerte. Este lenguaje del Nuevo Testamento se habla para asegurarnos que el Espíritu es igual que el Padre y el Hijo. El Padre se derramó en la Creación, el Hijo se derramó, -incluso hasta la muerte-, por los seres humanos y su salvación. ¡El Espíritu Santo se derrama por nuestra santificación, santidad y gozo!

Durante el tiempo de la pandemia de COVID-19, cuando la ansiedad y la negatividad pueden llenar gran parte de nuestra vida y el mundo en sí puede parecer amenazante, es una garantía de fe y una fuente de consuelo que el Espíritu Santo de Jesús nunca deja de derramar su poder vivificador sobre la Iglesia y sobre cada creyente.

Dios no es egoísta en la gracia de estar cerca y llevarnos sobre Sus hombros. Debemos aclamar con alegría que el Espíritu Santo, el Consolador, se derrama como un río para sostenernos, nutrirnos y colmarnos todos los días, incluso cuando desconocemos o dudamos de esta seguridad. La hermosa Secuencia de Pentecostés, un poema latino de gran percepción, canta: "Sana el corazón obstinado y enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero".

Imitemos a los pobres y humildes corazones de la Santísima Virgen María y los Doce mientras esperaban por días en el Cenáculo la venida del Espíritu Santo. El Cristo Resucitado les había hablado acerca de ser vestidos con poder de lo alto.  Su anhelante expectativa se cumplió de una manera mucho más allá de cualquier deseo humano. Incluso hoy, estamos agradecidos y vivimos en este nuevo comienzo, PENTECOSTÉS.

Hay viento, fuego y un río de vida desbordando en gracia. Acojamos al Espíritu Santo.